Esas maravillosas barcas Duarry, la verde y la naranja, agonizan en el cuarto de material. El suelo se despega, la lona se hace jirones; sus restos yacen desperdigados por el altillo. Hemos querido recuperarlas pero no ha sido posible. ¿Y qué vamos a hacer ahora si queremos volver a la catedral de la espeleología? ¿Probamos una de saldo a ver qué tal?
Hemos recuperado este breve y emocionante relato de nuestra compañera Velén sobre las últimas salidas a esa cueva que nos sigue maravillando…
CUANDO LLEGAS A UNA CUEVA Y…
Pensáis que voy a decir que te saludan las piedras, eso también, nos saludan las piedras del camino, las de la entrada a la cueva, las del sitio donde dormimos y del bar donde reponemos al salir.
Pero lo que os quería contar esta vez es que después de llegar a la playa y pensar que es la “cueva más bonita que he visto en mi vida”, llegué a la sala de los fantasmas; volví y pasé el paso de Juan Padre y el pasamanos ascendente, y el agujero soplador; y volví y pasé los tres lagos en barca y volví, sí, volví este fin de semana (otra vez con mis estupendos compañeros de viaje) y llegamos a la sala de los macarrones. Otra vez esta cueva me sorprendió y mucho. ¡Qué maravilla!
Cuando llegas a una cueva y te vuelve a sorprender tanto.
Realmente, no sé cuántas veces he ido, pero estoy deseando volver. Por algo la llaman la catedral subterránea. No imagino catedral más bonita.