Una boca grande y redonda y un pozo de unos 20 metros, la invitación perfecta. Es invierno y hace fresquito, pero hace sol; empiezas a bajar y el sol ilumina el musgo y los helechos, hay un olor especial, sientes el calor en la espalda. Poco a poco va desapareciendo la luz exterior y disfrutas de la bajada de otra manera, ahora no hay musgo, ni helechos, ni sol, ahora ves la luz de tus compañeros y la roca, las diferentes formas, algún murciélago; disfrutando de esta bajada llegas al paso del caballo y algún relincho se oye, son esos compañeros de los que ya os he hablado otras veces que consiguen arrancarte una sonrisa, y llegas abajo; es el momento de hacer el recorrido a pie, y cuando menos te lo esperas, aparecen ante ti unas maravillosas formaciones.
Mientras tanto, no dejamos de observar el medidor de O2… ¡Qué raro! ¡No ha pitado! ¿Notáis algo? ¿Os cuesta respirar? Tenemos en la cabeza relatos de visitas recientes a esta sima de otros compañeros… Sin embargo, observamos contentos que el porcentaje de oxígeno es muy aceptable: ¡19,5%! Las Taínas ha conseguido que volviera a salir llena de alegría. Sí, sí, he dicho Taínas, con tilde en la i, Carmelo tiene razón.
Las sorpresas no han terminado. Ojeando un libro, alguien vio una cueva en la que no habíamos estado antes, perfecta para hacerla el domingo (un pocito pequeño y dos pequeñas galerías horizontales) y regresar a nuestras casas cargados de buen rollo. Comienzas a descender y cuando menos te lo esperas, y antes de llegar al suelo empiezas a ver una sala con preciosas formaciones; el escaso recorrido horizontal (apenas 300 metros) no es menos sorprendente; banderas, columnas, excéntricas, alguna gatera para sentir el barro más cerca y todo ello para disfrutar.
Aunque hayamos oído; “entrar a una cueva que está todo oscuro, cuando afuera hace un sol espléndido…”, “vista una, vistas todas”…, la realidad es que siempre es una experiencia nueva, gratificante y cuando menos te lo esperas, te sorprenden aún más.