Desde pequeños nos dicen nuestros padres: “No te asomes a las bocas de las cuevas que es peligroso y te puedes caer” e incluso, cuando te cautiva una cueva y te asomas cerquita de la entrada, impone y tu propio instinto hace que rápidamente uno eche un pie para atrás. Sin embargo, este fin de semana la cosa cambió. Con un buen arnés y todo el material de seguridad necesario, eché las piernas hacia adelante y de espaldas y cuerda en mano, poco a poco, me fui introduciendo en mi primera sima vertical… me introduje por primera vez en el mundo de la espeleología.
Sábado 11 de marzo, día soleado y en pleno Cañón del Río Lobos, con los nervios a flor de piel, nos acercamos prontito en la mañana a las simas MA-11 y Candelones. Ya habíamos estado practicando el fin de semana anterior en las paredes de Patones de Abajo, para familiarizarnos con los diferentes instrumentos de ascenso y descenso (cuyos nombres el primer día de clase nos sonaban a “ruso”, como diría Quequet) pero sobretodo, habíamos experimentado la sensación de estar colgando con todo tu peso sobre una cuerda, la línea de vida. A unos se les dio mejor que se nos había dado a otros… y no por los profes precisamente, porque todos nos enseñaron muy bien y tuvieron mucha paciencia con nosotros. Sin embargo, poco a poco, cada uno habíamos ido practicando subir y bajar verticales, y no sólo eso, sino además otras complicaciones como pasar péndulos, “rozacuerdas”, nudos y pasamanos, por lo que ya le habíamos cogido más o menos el tranquillo a esto e incluso, hasta el gustillo. Pero ahora, llegaba la hora de la verdad, nos teníamos que encuevar.
Como era lógico, nos dividimos los compis de iniciación para poder ir más seguros y a gusto en las cuevas. La primera mitad iría a la sima del Carlista y la otra mitad de nosotros íbamos a bajar a Candelones. Como a veces nos contaron que sucede, coincidimos con otro grupo espeleológico que también tenía permiso, y finalmente, fueron ellos los que bajaron mientras que nosotros nos decidimos por la MA-11. ¡Y buena decisión! Una cueva muy chula que está formada por dos pozos, el primero de 20 metros pero que es ciego y en el metro 14 tiene una galería de acceso al segundo, de unos 15 metros que ya sí finaliza en una galería horizontal con varias cámaras muy interesantes. Llegamos a la entrada de la sima ya con todo el equipo preparado y con previa revisión de nuestros maestros Cali, Alberto y Carmelo, que se portaron de diez de principio a fin, ya sea fuera o dentro de la cueva. Como una servidora comentaba, otros habían sido más ágiles en las paredes así que yo fui la primera en bajar después de Alberto que iba montando cuerda. Como nos habían comentado en varias ocasiones, éste es en realidad el momento más peligroso de la espeleo y donde más accidentes se producen, pues la gente es cuando más confiada está y menos precauciones toma. Por lo que, lo primero de todo, antes de acercarme más, fue coger mis cabos de anclaje y asegurarme al pasamanos.
Poco a poco, me acerco al primer fraccionamiento y voy repasando en mi cabeza uno a uno los puntos que tengo que hacer para poder empezar a descender: “Recuerda, Elena, siempre al menos dos puntos de seguridad… primero me tengo que anclar con el cabo corto al mosquetón, monto el descendedor, gaza de seguridad, monto el pato…”. Cali observa pendiente mientras me pide que le vaya recordando los pasos para asegurarse que voy haciendo todo bien. Y ya está, Alberto me espera abajo y en principio ya podría desanclarme y comenzar a bajar. La primera fase, en mi breve experiencia, tengo comprobada que es la peor pero a la vez la más gratificante. Aún te encuentras oxidado desde la última vez, y la parte de dejarte caer al vacío cuando aún no notas tensión en la cuerda es una sensación extraña como comentamos María y yo el primer día que lo probamos. Pero como había ganas de conocer la cueva por dentro y sabía que luego me iba a encantar, poco a poco, me voy dejando caer y cuando mi cuerpo cambia de ángulo a la vertical, por fin, noto la tensión en la cuerda, como aún tengo la gaza de seguridad (que no garza), coloco mejor mi postura hasta que me encuentro más cómoda y poco a poco comienzo a rapelar… y la sensación es maravillosa. Pensaba que estaría más pendiente de los aparatos, pero al haber hecho ya pruebas el finde anterior y haberles cogido confianza, me llaman más la atención esos colores verdes de las paredes de la sima, el ir notando como se va cubriendo todo de oscuridad, percibir un microclima distinto… e intentando no pegar las rodillas y llevar una postura correcta, llegamos a la parte divertida… el péndulo! Alberto me espera en el otro lado para poder continuar el recorrido de la cueva y despacito, bajo un poco más de los 14 metros y comienzo acercarme con ayuda de la cuerda hasta el fraccionamiento. Me anclo al siguiente fraccionamiento y saludo a Alberto, con una sonrisa tonta que refleja el subidón del primer tramo superado y una vez en tierra, hace que le pueda gritar a mi querida amiga Chus que me espera detrás: ¡LIBRE! Y así, esperamos mientras van bajando el resto de compañeros y una vez está Cali abajo, nosotros seguimos con el recorrido. Una vez preparada la siguiente cuerda, me dispongo a rapelar el segundo pozo de apariencia más larga pues se encuentra tras un estrechamiento abierto hacia el interior de una cámara mucho más grande y amplia… una maravilla… Este descenso lo disfruto aún más, pues da para rapelar tranquilamente y en seguida estás abajo. No sin antes parar a mirar todo mi alrededor… repleto de una geología que deja sin habla. Al igual que Chus, que parecía que no quería bajar, preferíamos aprovechar un poco más de las vistas.
Una vez ya en el suelo, y con las felicitaciones de Alberto, que suben el ánimo a cualquiera, nos adentramos en la primera cámara, la de la izquierda, más pequeña y con unas estalactitas preciosas. Pude disfrutar de otra de las increíbles oportunidades que te brinda la espeleo y es de la fauna cavernícola que tanto me gusta. Un par de murciélagos de herradura grande (Rhinolophus ferrumequinum) se encontraban descansando y con cautela para no molestarles, nos retiramos a la galería principal de la derecha. Allí, ya junto con el resto del equipo (Chus, Cali, Jose y Óscar) pudimos apreciar mejor que la cueva se trataba de una cueva fósil, que ya no estaba más en formación, y por lo tanto, más seca y con unas formaciones asombrosas: banderas, columnas… Pero sin duda, las que más captaron mi atención fueron unas estalagmitas con aspecto de vela, ¡eran una pasada! Parecía mentira que esas estructuras se hubieran podido formar en miles de años por goteo y que hubieran llegado a semejantes alturas. Por supuesto, fue el mejor lugar para hacernos la foto de grupo, y tras un rato de cargar energías con frutos secos y barritas, tocaba el momento más duro, el de subir de vuelta al mundo exterior.
La subida es lo más costoso en cuanto a esfuerzo físico y motivación. Pero después de que Alberto me dejara al vía libre, eché mano de la ayuda del que creo será mi mejor amigo en la espeleo, el pedal, y con el croll y el puño anclado, sujetos a la cuerda, comencé a subir pasito a pasito. Rápidamente, entraban los calores de nuevo si nos habíamos quedado un poco fríos almorzando, y era necesaria alguna parada para descansar, pero en realidad, no dejaba de ser algo placentero pues las vistas seguían siendo impresionantes… Superada la subida del pozo y tras la llegada de Chus, volvimos al péndulo donde nos encontrábamos con otro momento intrigante, pues había que hacer un poco el Tarzán (pero con cabeza), y siguiendo el ejemplo de Alberto, y con el descendedor a modo de freno, nos dejamos caer hasta la vertical, para poder seguir ascendiendo, en una subida que se hizo un poco más difícil por el cansancio y la complicación de algunos momentos a la hora de apoyar los pies, como el tramo en volao, pero que finalmente superamos. Y a pesar de estar ya casi fuera, la cabecera resultó ser la parte más complicada. El sol que se nos había olvidado, seguía ahí fuera y estaba en su máximo esplendor, apretando fuerte. Para anclarme en el último fraccionamiento no era capaz de llegar con el cabo corto y además la tensión producida en la cuerda por mi propio peso hacía que me resultara mucho más complicado de pasar el puño y el croll. Sin embargo, con los consejos de Alberto y los salientes de roca con los que me ayudaba la propia cueva, conseguí salir y poner los pies en suelo firme, hasta alajarme del pasamanos mientras me giraba triunfal hacia la boca de la cueva, observando de donde recién venía y dejando saber que estaba ¡Libre del toooodo!
Contenta, celebraba con Alberto mi primera sima vertical y poco a poco, íbamos saliendo todos y la alegría se manifestaba en nuestras caras como niños pequeños con juguete nuevo. Como, casualmente, diría mi profesor Juande de geología y del que mucho me acordé: “Mereció la pierna”. Todos volvíamos orgullosos como espeleólogos flasheros, principiantes pero orgullosos, con ganas de bajar a más simas y de que el resto nos contara qué tal se les había dado en la otra sima. La jornada fue un éxito, también para los Carlistas, y los buenos momentos del día se sustituyeron por grandes ratos a la noche, ¡¡no todo iban a ser sólo cuevas!! Para nuestra suerte, al siguiente día Cali nos tenía preparado un juego muy divertido y del que disfrutamos un montón pues pudimos conocer otras cuevas y sobretodo, volver a ponernos el equipo y quitarnos el mono de subir y bajar más cuerda para poder superar una serie de pruebas que finalizaban con nuestra genial bienvenida al Grupo Espeleológico Flash! =) Fue todo un final de fin de semana que estuvo “muy a la altura”, y nunca mejor dicho.
Personalmente, como bióloga siempre he disfrutado mucho de la naturaleza y fue alucinante poder vivir esta nueva experiencia, disfrutando de ella como nunca antes había hecho y desde una perspectiva completamente nueva para mí, superando retos. La MA-11 ya forma parte de un gran recuerdo, pero sobretodo, los que son parte de algo importante son los compis con los que he disfrutado tanto mi inicio en la espeleología (todos, monitores y neófitos), pues el G. E. Flash ha hecho que nos hayamos sentido desde el primer momento como en casa y acogidos por una gran familia, aprendiendo, disfrutando y sobretodo, echándonos unas buenas risas… Porque al final todo esto lo hacemos para eso, para pasarlo bien y disfrutar todos juntos y para mí ha superado con creces mis expectativas. ¡¡Esperando ya la próxima salida con muchas ganas y deseando que sea la primera de muchas cuevas!!
Elena Tena
Preciosa experiecia y genial relato 🙂