“¿Qué necesidad tienes de meterte en una cueva?; ¿por qué no haces macramé y te sientas un poquito?; ¿si tu amiga se tira a un pozo, tú también?; ¿y no te da miedo?; si te quedas ahí, ¿quién te saca?; pero, ¿cuántos vais?”
Durante el tiempo que nos preguntaron todo esto, nos encogíamos de hombros, ¡nunca nos habíamos planteado estas cuestiones, queríamos probar! La única respuesta posible, (aunque no muy convincente) era sí, si nos tiraríamos a un pozo si nuestra amiga lo hiciera y es que, todo esto empezó por Elena, con ese entusiasmo no nos podíamos negar. Así, sin duda alguna, nos presentamos el martes que el cordi nos dijo en el A.V.A los futuros espeleólogos: Patri, Fer, Rober, Velén y Laura. Allí, Jorge nos enseñó el material y su uso (haciendo una demostración a lo “mago Houdini” de su control de todos los “cacharros”).
La aventura empezó el sábado, pero el viernes volvimos a vernos para repartir material y hacer un repasito. Los auténticos nervios comenzaron ahí: “¿con qué se subía?;¿cómo se pone?; y esto que sirve para bajar, ¿cómo dices que se llama?”
Sábado, 9.00 de la mañana, Patones y ante nosotras una pared enorme que no solo teníamos que subir sino bajar y un montón de cuerdas verticales y horizontales, solo con verlo intuimos que el asunto iba a estar entretenido. Cada novato iba acompañado por un experto, que armado de paciencia y una sonrisa nos acompañó en la aventura. Subir… ¡subimos!, eso sí, agarradas a la cuerda como si nos la fueran a quitar, apoyando las rodillas y agarrando las rocas con las uñas (y porque no nos dejaron con los dientes…).
Y bajar… ¡bajamos!, la elegancia ya estaba totalmente perdida, “¡cuélgate!”, “¡déjate caer!”, recomendaciones que en el momento en el que mirábamos al vacío no nos convencían, así que intentamos bajar de rodillas, a rastras, haciendo la croqueta… hasta que tuvimos que darles la razón, colgarnos y hacerlo.
¿Os acordáis de las preguntas del primer párrafo?, pues en ese momento pensamos que igual tenían razón, que qué necesidad había de estar colgadas ahí como un jamón pudiendo estar en nuestra CA-MI-TA (a lo Burri, jeje). A pesar de esto, la compañía y las palabras de los veteranos siempre tranquilizaban, el buen humor es una de las señas de identidad del Flash. No solo subimos y bajamos una vez, lo hicimos hasta quedar exhaustas y cuanto más cansadas estábamos más sentíamos que nos gustaba, hasta llegar a pensar: “sin duda lo volvería a hacer”.
Y bien, como nuestros deseos son órdenes para ellos, el domingo repetimos, más y mejor.
El lunes amanecimos con un whatsapp mutuo: “mi cuerpo está cambiando de color; no se si las piernas y los brazos son míos; no creo que pueda llegar al cole; tía, hoy a los niños les damos el día libre” Pues si amigos, parecemos un poco masocas porque a pesar de eso, queríamos que el viernes llegase ya.
Y llegó, el viernes, una semana después, nos volvimos a juntar todos, esta vez en Hontoria del Pinar, con unos chimpún en la mano y ganas de flipar con las cuevas.
El sábado madrugamos al estilo Flash (que ya nos vamos conociendo, colegas) y nos dividimos en 3 grupos, dos con novatos y otro formado por “Edu y los irrelevantes”. Perdimos la noción del tiempo, no había ni hambre ni sed (y por la cuenta que nos traía, pis tampoco), las sensaciones iban mucho más allá, observábamos todo, alucinábamos con las formaciones, disfrutábamos de la compañía… ¡incluso alguna llegó a quedarse muda! Sin haber salido, sabíamos que queríamos volver.
Cuando todos acabamos, nos juntamos de nuevo en el bar y tras el tradicional “choque de pollas”, celebramos la buena experiencia con unos botellines.
Las cuevas no se acabaron aquí, el Cali nos tenía preparada una prueba imprescindible para ser oficialmente flasheras, así que nos pusimos de nuevo el mono, (limpio y reluciente, ejem, ejem) y llegamos a Río Lobos, mientras algunos preparaban las pruebas que teníamos que pasar, Hevia y Miguel nos dieron una clase magistral del entorno en el que nos encontrábamos.
Tras esto, con brújula y topografía en mano superamos las pruebas recibiendo un gran premio final, ¡ya somos flasheras! Y como buenas flasheras, los martes acudimos a las reuniones correspondientes, gracias Hevia, Elena, Chus y Deivid por compartir con nosotros esas charlas.
En estas reuniones se nos caía la baba al escuchar lo espectacular que era Coventosa y al final, hace unas semanas lo pudimos comprobar en nuestra propia piel.
El viaje comenzó el viernes y estuvo lleno de anécdotas: “tírale Antolín”, “vamos al bar del señor aleatorio/unidad/cornudo/amable…”, “¿por qué en las carreteras del País Vasco hay tres rayas?”, “¿te acuerdas de…?”, conversaciones típicas del grupo con un walkie-talkie en la mano.
Otro madrugón al estilo Flash y a la cueva, como éramos 11 pudimos ir todos juntos ¿y qué decir de ella?, pues que ahora entendemos que la llamen la Catedral de Cantabria y eso que solo pudimos ver una parte de ella (aunque nos han dicho que Fresca está mejor). La disfrutamos mucho, aunque alguno estaba afectado de “pulmó y corazó”, hay que ejercitar mucho la paciencia y qué mejor manera de esperar que tu compañero pase el fraccionamiento que un poquito de humor.
Salimos, otra vez de noche, la hora de no parar de hablar de Coventosa, del chimpún y de planear las siguientes y un gran aviso: “SE ACABÓ LO DE DORMIR COMO PRINCESITAS”.
Cerramos esta experiencia el domingo con una ruta cultural, una cascada desaparecida y varias visitas a Frías (parecía que nos habíamos quedado con las ganas).
Y antes de terminar, una frase célebre: “los espeleólogos son esa gente rara, que viste con logotipos extraños, que duermen en sitios inhóspitos y que se levantan a horas intempestivas, porque total, en la cueva siempre es de noche”.
Si después de todo esto os preguntáis si nos ha gustado la experiencia…aquí estamos, en la tienda, comprando material, juzgarlo vosotros mismos.
Gracias a todos los que nos habéis acompañado y guiado en esta aventura.
Velén y Lau.